Habituados a la política monetaria de Juan Carlos Fábrega, el recorte de tasas de esta semana trajo dudas sobre quién comenzó a tomar las decisiones en el Banco Central

Estudiar el pasado si se quiere pronosticar el futuro. Algo tan simple desde el entendimiento parece, a la vez, sumamente complejo de llevar a la práctica. ¿Es más de lo mismo lo que depara el futuro? Hay analistas, banqueros, economistas, empresarios no quieren avanzar en la respuesta, si bien su trabajo es precisamente hacerlo. Y en ese escenario lo avisan: es probable que en los próximos días, el Banco Central vuelva a reducir su tasa de interés.

Sigue Fábrega… ¿Sigue Fábrega? La pregunta, pero sobre todo la respuesta, queda aún suspendida en el aire porque las señales son contradictorias. A falta de datos, ayer había quienes persistían en la repetición de lecturas de fin de semana, rumores que lo dan a un paso de una segunda renuncia, murmullos respetuosos del titular del Banco Central que esbozan la delicada situación por la que debió atravesar el funcionario en los últimos días -donde habrá que consignar el capítulo poco feliz con los bancos locales y los holdouts- y que le habrían deparado una dosis extra de estrés muy superior al de los meses previos.

Sin embargo, esa inercia de vacilación que pareció erradicada cuando hace unos días la presidenta volvió a ponerlo a Fábrega a cargo del “operativo Cedin” en lo que se interpretó como un gesto de redención, fue arrancado de raíz al sorprender con un nuevo recorte en la tasa de interés. Puede parecer técnico, pero si el medio es el mensaje, una medida de política monetaria bien puede hablar no sólo sobre cómo el Gobierno “lee” la realidad, sino también sobre quiénes son los encargados de hacer esa lectura.

El recorte en el costo del dinero dispuesto por el Banco Central (de 27% a 25% anual) guarda, bajo siete llaves, el enigma sobre quién fue el verdadero autor de la decisión. Entre los directivos de los principales bancos, no hay duda: fue Axel Kicillof y no Fábrega. El razonamiento en boca de un banquero parece inapelable: “»Si el presidente del Banco Central debe, en el mejor de los casos, colegiar las decisiones con alguien que no comparte su visión… ¿cuánto tiempo podrá soportarlo?”. Menos dañino para Fábrega –y más para Kicillof–», es el planteo que madura al calor de la ortodoxia económica. En un escenario sin incertidumbre, se bajan las tasas cuando se quiere impulsar la actividad económica. Eso hace que los pesos depositados en los bancos busquen otro destino. ¿Pero qué pasa cuando la devaluación y la inflación se ubican por encima de la tasa? En la city no tienen dudas: esos pesos terminan buscando al dólar y esto afecta la cotización del dólar blue básicamente.

En resumen: en una economía cuya tasa de crédito sobre el PBI es del 17%, la tasa de interés funciona como un elemento que incentiva o desincentiva que las familias se vuelquen al dólar o no lo hagan. Cuanto más baja la tasa (en términos reales) mayor incentivo a hacerlo.

En los bancos piensan incluso que un nuevo recorte en la tasa de interés puede repetirse en los próximos días. Y que será, probablemente, un nuevo “golpe” a la conducción del Central. Los banqueros señalaban al titular del Central como alguien dispuesto a “soportar” la presión para no generar mayor volatilidad con una renuncia intempestiva. Claro que en ese cálculo no estaba incorporado que el propio ministro de Economía comenzaría a horadar la cuota de poder que tiene quien conduce el BCRA. En definitiva, es la firma de Fábrega –y no la de Kicillof– la que aparece en cada uno de los billetes que circulan por la economía y que cada vez tienen menos valor.