A pesar del daño que el atraso cambiario genera en industrias y economías regionales, paradójicamente sigue siendo rendidor afirmar que el tipo de cambio no se tocará.

Más aun, la estrategia es convencer al electorado de que es el rival el que promueve una brusca corrección del billete verde

Al final, parece que tenían razón los que dicen que las promesas de Mauricio Macri se están pareciendo a las de la vieja Alianza. Claro que la similitud no radica, como apuntan sus críticos, en haber fomentado una reedición al acordar con los radicales.

Más bien, lo que trae fuertes reminiscencias es que haya elegido la promesa de «dólar barato y disponible para todos» como uno de sus argumentos de campaña ya que aseguró que iba a abrir el cepo y, al mismo tiempo, afirmó que no iba a ser necesario devaluar.

Como recuerdan aquellos que tienen más de 35 años, la Alianza se presentaba como «la renovación» frente a un «fin de ciclo» tras la década menemista.
En aquel entonces había un gran descontento en la sociedad por la inocultable recesión económica que se sumaba a la irritación por las denuncias de corrupción.

Pero el comando de campaña de la Alianza entendía que un discurso basado exclusivamente en el cuestionamiento ético no alcanzaba para asegurar la victoria electoral.
Sus votantes cuestionaban todo de Menem, menos el régimen «uno a uno» entre el peso y el dólar, que les había permitido viajar por el mundo y acceder a bienes de consumo de todo tipo, como por ejemplo los por entonces novedosos teléfonos celulares y equipamientos para el hogar.

Fue así que De la Rúa recién se consolidó como candidato ganador cuando dijo explícitamente que respetaría el sistema de convertibilidad de Domingo Cavallo.
La promesa había sido definida con más criterio político que económico.
Ya en ese entonces se hacía evidente que el atraso cambiario estaba afectando seriamente la producción nacional. Y, para colmo, se sumaba la presión que traía el fuerte debilitamiento del real en Brasil.
Aun así, se evitaba hablar de «devaluación», ya que en la Argentina es considerada mala palabra y «piantavotos» en términos electorales.

Las similitudes con el contexto actual abundan.
Hoy día, también el dólar quedó barato -a raíz de la alta inflación- y la moneda brasileña se derrumbó frente al billete verde.
Ambas cosas dificultan que las economías regionales puedan vender sus productos al mundo.
Jorge Vasconcelos, economista jefe de la Fundación Mediterránea, estima que el tipo de cambio debería ser de $9,80 para volver a la paridad que había en 1998.
En tanto, el influyente Orlando Ferreres señala: «Estamos como Menem en 1999», manifestando así su preocupación ante la persistencia del Gobierno de seguir con su esquema de mini-devaluaciones cuando, por otro lado, la moneda brasileña ha tocado su mínimo en once años frente a la divisa estadounidense.
Esto hace que los productos del país vecino se hayan abaratado drásticamente y los argentinos, encarecido.
Este dato es de suma relevancia, ya que a ese destino se envían uno de cada dos autos que se fabrican aquí, 46% de las manufacturas industriales y el 20% de las exportaciones totales.

«Desde mediados del 2014 la devaluación del real ha sido de casi 50%. Como contrapartida, la del peso es de apenas 7,9%», advierte Ferreres.

En ese marco, resulta difícil defender -desde el punto de vista meramente técnico- la idea de que cualquier candidato podrá sostener el tipo de cambio en su actual nivel.
Mucho menos, si piensa eliminar todas las restricciones y permitir que importadores y ahorristas adquieran libremente todos los billetes verdes que deseen a una cotización similar a la del oficial de estos días.

Sin embargo, esta fue la postura enunciada por Macri. Incluso, hubo otra definición del candidato mucho más relevante que quedó opacada por la polémica sobre si el «cepo» puede o no desarmarse en un día.

Su convicción es que el precio del dólar no se disparará. Y la sustenta en que el cambio de clima político generará un ingreso de capitales tan fuerte que hasta presionará el tipo de cambio hacia abajo.
«Van a sobrar dólares en la Argentina a partir de diciembre. Yo dejaré flotar el tipo de cambio. Pero lo vamos a tener que sostener, porque van a venir tantos recursos que el peso va a tender a apreciarse «, fue la expresión del candidato que hoy lidera las encuestas.

Dólar electoral gana la batalla cultural
Más allá de las polémicas, lo que quedó confirmado una vez más es la plena vigencia del dólar como uno de los temas más sensibles en cualquier contienda electoral.
Todos los comandos de campaña saben que hay un viejo principio según el cual no se puede ganar una elección con tipo de cambio alto (si se está en el gobierno) ni prometiendo una devaluación (si se es opositor).

Es más, una de las estrategias preferidas de ataque y descalificación es la de acusar al rival de querer propiciar una fuerte suba del billete verde. Por cierto, sigue rindiendo muy bien.

Esto lo entendió Macri en las pasadas elecciones legislativas de 2013, cuando le ordenó a Federico Sturzenegger llamarse a silencio luego de que opinara que se necesitaba avanzar en una devaluación de un 40%. Ahora, ya disciplinado, afirma: «No vemos que sean necesario grandes cambios en el valor del dólar».
Esta viene a ser la tónica en un equipo de asesores en el que todos se cuidan de pronunciar la palabra «devaluación» y repiten el argumento de la «dificultad» que va a tener quien quiera avanzar por este camino.

Es decir, si algo queda en evidencia es que todos los sectores políticos coinciden en que es un «tema tabú».

El apego a un dólar barato es una de las pocas cuestiones en la que todo el espectro -desde el macrismo hasta La Cámpora y desde los radicales hasta la izquierda trotskista- coincide.

En definitiva, la «batalla cultural» que tuvo un claro ganador sobre el final de la década K es la del dólar barato (y subsidiado).

Grandes derrotados en la materia son los inspiradores del Plan Fénix, como Aldo Ferrer y Eduardo Curia, quienes en los primeros días del kirchnerismo creían que se había consolidado el modelo industrializador de tipo de cambio alto, al estilo coreano.
En cambio, las argumentaciones de Kicillof en el sentido de querer sostener como sea el actual tipo de cambio -que a la luz de casi todos los analistas resulta cuanto menos forzado- guarda un peligroso parecido con las que enarbolaba Cavallo.

La cuestión es que, sea por genuina convicción o por cálculo electoral, todos los candidatos evitan hablar de una futura corrección cambiaria.
Resulta al menos curioso, ya que los propios economistas -que ellos mismos citaron para conformar sus respectivos equipos- tienen como diagnóstico generalizado los daños que trae el actual atraso cambiario frente a la inflación.

Estimaciones de la Fundación Mediterránea apuntan a que se perderá el ingreso de u$s3.500 millones por exportaciones agrícolas, debido a la fortaleza del dólar en el mundo, que hace caer los precios de las materias primas.

Para botón de muestra, la exportación de un producto emblemático como el vino malbec, que hasta 2010 venía creciendo a un ritmo de 10% anual, está cayendo al 4%.

La vigencia de un tabú
No deja de ser extraño la vigencia de este «tabú» electoral.
Porque, si bien es cierto que un sector de la población se beneficia con el dólar barato, también es verdad que existe otra parte importante que se ve perjudicada, como las economías de las provincias.

El kirchnerismo lo sufrió en carne propia en las legislativas de 2013, cuando recibió un revés electoral en jurisdicciones históricamente peronistas.

Fue allí que se observó un fenómeno hasta entonces subestimado: la alta correlación entre la derrota K y la pérdida de competitividad de las economías regionales, grandes perjudicadas por el atraso cambiario.

«Debo admitir que me sorprendió la fortísima caída del kirchnerismo en todo el norte del país, donde perdió en provincias donde antes no había sido derrotado», señalaba en aquel entonces el ex ministro Ricardo López Murphy.

Hoy, aquella sospecha se ha transformado en certeza.
La devaluación de enero de 2014 ya ha sido «comida» por la inflación. Y, para colmo, las monedas de los países vecinos se vienen debilitando a pasos acelerados.

Hay economistas que ya hablan abiertamente sobre la necesidad de una devaluación. Como José Luis Espert para quien el próximo gobierno «tendrá que propiciar una devaluación del 50% en simultáneo con una baja del gasto público y de los subsidios, además de aumentar tarifas y subir las tasas de interés».
En un sentido parecido se expresa Jorge Remes Lenicov, a quien la historia en 2002 le deparó el rol de tener que practicarle la «eutanasia» al sistema de convertibilidad.

«Hay que devaluar, porque desde hace tres años las exportaciones vienen cayendo. Hay casos que van más allá de la soja, como es de los productos regionales e industrias. La Argentina ya descendió al quinto lugar entre los países exportadores de la región», afirma.

Este economista se muestra escéptico respecto de las medidas de «devaluación indirecta» sin tocar el tipo de cambio, como alivianar la carga impositiva.

De momento, su recomendación no parece tener prédica. Salvo excepciones, como Guillermo Nielsen, quien todavía está más «seteado» en su rol de economista que de candidato a jefe de Gobierno porteño.

Nielsen, para desgracia del atribulado Sergio Massa, cometió hace unos días el mismo error de Sturzenegger en 2013, al decir que la devaluación será inevitable. Su «sincericidio» hizo que el intendente de Tigre debiera salir a cambiar rápidamente el discurso.

Pero la postura más entusiasta a favor del dólar barato es la del kirchnerismo.
A la convicción de que se gana votos con un discurso anti-devaluador se le sumó un fuerte incentivo: las declaraciones de Macri sobre el fin del cepo.
A partir de allí, los principales dirigentes, incluyendo a Scioli, vieron el «filón» de realizar advertencias sobre la fuerte suba del dólar y la inflación galopante que vendrán si gana el PRO.

Scioli se aferra al discurso de la apertura gradual de las restricciones y escucha a Miguel Bein, quien le reitera que hay formas de devaluar sin tocar el tipo de cambio.

Lo curioso es que, mientras los candidatos debaten sobre qué ocurrirá el 11 de diciembre, hay analistas que advierten sobre el riesgo de que el billete verde sufra turbulencias en plena campaña.

«Podría darse el caso de que el mercado se anticipe a la corrección cambiaria y la gente retire sus pesos de los bancos para comprar divisas antes de que asuma el nuevo gobierno. Cuando se retrasa artificialmente el tipo de cambio, el que lo hace sabe que está jugando con fuego», apunta Roberto Cachanosky.

La campaña recién empieza y puede deparar sorpresas. Pero si algo seguro no ocurrirá es que cambie el tabú sobre el dólar.
Todos los candidatos saben que el tipo de cambio actual quedó barato -sus asesores económicos se encargan de recordárselos- pero, al mismo tiempo, creen sostenidamente de que ganarán si logran convencer al electorado de que su rival es el que promueve una devaluación