El dólar en Brasil llegó a 3,70 reales, su nivel más alto desde mayo de 2016. En lo que va del año, la divisa estadounidense ya subió 10,5%.

Las “fuertes presiones” del mercado de cambios en Brasil llevó el dólar a un nivel que no se veía desde mayo de 2016: cerró a 3,66 reales pero llegó a superar los 3,70. Había alcanzado esas alturas cuando el proceso de impeachment contra la ex presidenta Dilma Rousseff causó estragos tanto políticos como económicos en el país. En los últimos 12 meses, el dólar trepó 18%. Pero el grueso de esa suba ocurrió en lo que va del año: el alta de la divisa norteamericana llega a 10,5% desde comienzos de 2018.

Los analistas indicaron que el valor alcanzado por el dólar “llegó para quedarse”. Estará con seguridad arriba de 3,6 reales por unidad al menos hasta las elecciones presidenciales previstas para octubre próximo. Todo indica que en el caso brasileño hay un factor doméstico que explica la volatilidad cambiaria. Y no sólo es la cuestión política sino, también macroeconómica. Es la “estrategia gradualista” para resolver los nudos fiscales lo que explicaría la animadversión de los dueños de los capitales.

Pero no se trata en Brasil de un caso individual, como tampoco como es obvio en la Argentina. Todos los mercados emergentes sin excepción están sometidos a temblores desde hace tres semanas. En Europa, Turquía sufrió los embates contra la lira; claro que en este caso acusan al presidente Recep Tayyip Erdogan de “navegar” a favor de las turbulencias. Ocurre que en lugar de subir la tasa de interés, el jefe de Estado turco ha decidido mantenerlas bajas.

La cara sombría de esta nueva crisis internacional, que golpea fuerte a los emergentes, es el quiebre de una correlación tradicional: hay también un aumento significativo en los precios de las commodities, lo que en teoría debería provocar un fortalecimiento de los países productores, como suelen ser los latinoamericanos, africanos y de Oriente Medio. Sin embargo, los expertos señalan que esas “fortalezas” no han logrado colocar a salvo a estas naciones en desarrollo del ataque a las que las somete un dólar cada vez más fuerte. Nada parece efectivo para enfrentar un dólar que ha crecido a lo largo de 21 días y unos bonos del Tesoro estadounidense que llegó a su máximo nivel de retorno desde 2011.

No se puede desde luego dejar de lado las cuestiones geopolíticas, las disputas comerciales entre China y Estados Unidos y el menor crecimiento de Europa como factores que influyen en los movimientos histéricos de los capitales financieros. En Brasil, como también en Turquía, Rusia y Argentina, hay presiones desde luego que vienen de sus propias especificidades macroeconómicas y políticas. En el caso brasileño, donde el ambiente fue favorable hasta hace unos días, se acaban de encender las alarmas. Apaga así el optimismo del Banco Central que enunció, días atrás: “Brasil no será contaminado por la crisis”. Hay, inclusive, otros elementos que podrían empeorar el escenario en los próximos días. Según el Bank of America, la valorización de las commodities podría provocar un efecto inflacionario en las economías centrales, lo que inevitablemente llevará a una suba de las tasas de interés por parte de la Reserva Federal estadounidense.

Con todo, los banqueros brasileños se muestran relativamente tranquilos. El economista senior del banco Safra Carlos Kawall evaluó que es poco probable una crisis del sector externo en Brasil, debido a las “robustas reservas” con las que cuenta el país, que fueron almacenadas durante los dos primeros gobiernos de Lula da Silva y luego con Rousseff. Desde entonces se mantienen invariables en torno a los 370.000 millones de dólares.

Algunos expertos subrayaron que el ambiente poco favorable para los emergentes observado en estos días era esperado para más adelante. Al parecer, la nueva situación mundial ocurrió mucho más temprano y encontró a varios países, entre ellos Brasil, muy poco preparados. Los hombres del mercado critican al presidente Michel Temer por no haber hecho el ajuste de las cuentas públicas. De hecho, el déficit fiscal no hizo más que aumentar durante sus dos años de gobierno.