Mientras los preocupados industriales argentinos piensan que la llegada de Trump a la presidencia de los Estados Unidos fue lo mejor que les pasó en los últimos meses, para la City financiera porteña, el escenario es diametralmente opuesto.

Con cada hora que pasa, cada vez son más los banqueros, empresarios, dirigentes políticos e industriales que creen que se han activado las obras tendientes a pavimentar el camino que separa la vieja estación «Consenso de Washington» y que en su recorrido tendrá una nueva parada, que algunos proponen llamar «Mandato de Michigan».

Intuyen que en su versión más extrema, la llegada de Trump implicará en Estados Unidos una significativa expansión fiscal y fuertes restricciones a las importaciones, que tendría un impacto en el precio de las materias primas a partir del menor crecimiento global.

No obstante, este pronóstico les hace saldar una posición intermedia entre los draconianos anuncios de campaña de Trump y la expectativa de un plan tradicional de medidas al estilo republicano. Por ejemplo en el IERAL piensan que una eventual suba de tasas de interés sería más moderada y el mayor impulso fiscal tendría efectos positivos no sólo al interior de la economía estadounidense sino también en el resto del mundo.

En el medio de la recesión, los industriales argentinos se aprestan para su nutrido encuentro anual de Parque Norte, que decantará no pocas novedades en materia de compulsas domésticas -se especula con una queja más consistente al Gobierno por el terrorífico año de profundas caídas que se va-, mientras que también se tendrá un intercambio sobre lo que viene.

Para la Argentina, por ejemplo, las exportaciones a EE.UU. representan sólo el 0,7% del PIB, es decir que los efectos comerciales de la nueva política norteamericana ocurrirían a través de factores indirectos como los precios de las materias primas o la reacción de China y Rusia a esos planteos.

 

En esa línea se anotan los industriales, quienes en público eligieron mantener una posición de cautela, ser conservadores al máximo, y mostrarse incluso escépticos y hasta pesimistas por los cambios que vendrán desde el norte.

Con cara de preocupación eligieron golpearse el pecho en público por el «inminente daño» que esto le hará al reciente giro exterior del gobierno argentino e incluso alguno se animó a poner su foco en los errores no forzados de la canciller Susana Malcorra y del propio Macri al manifestarse a favor de Hillary Clinton en campaña.

Sin embargo, casi como si se tratara de la metáfora bipolar del Dr. Jekyll y Mr. Hide, un infinito alivio se apoderó de sus capas más profundas, al adivinar con la llegada de Trump a una especie de mesías, que buscará contagiar al mundo de una nueva doctrina, menos aperturista, más proteccionista, lo que sin duda podría regresarles algo de sus viejas ventajas.

Es más: en privado, varios de ellos señalaron que el acervo de contrapuntos pasados y presentes entre Macri y Trump eran una excelente noticia para el empresariado local, acostumbrado a los escudos protectores de los aranceles e impuestos internos.

Así, una de las lecturas que parecía desprenderse en los últimos días, era la de una política estadounidense para la región que perderá presión para integrarse a improbables bloques comerciales como el del Acuerdo Transpacífico para la Cooperación Económica (en inglés: Trans-Pacific Partnership, TPP), que apunta a crear el mayor bloque económico mundial y que bsuca eliminar 18.000 aranceles entre los diferentes países del bloque de los que la Argentina parecía querer formar parte. Esa lectura significa una buena noticia desde el punto de vista de quienes temían enfrentarse a un escenario de entrada de productos importados.

La revolución de la alegría
Las caras largas del mercado financiero, en cambio, sí podrían manifestar precisamente eso. En medio de una corrida monetaria que depreció las monedas de la región y dejó al peso argentino divorciado de ese contexto -pero con mayor presión a devaluar la moneda-, comenzaron a surgir comentarios y reportes que le bajan la algarabía financiera a los protagonistas de la City.

Según el IERAL, el programa económico de la Argentina es demasiado dependiente de la capacidad de endeudamiento, lo que obliga a seguir con atención los acontecimientos. El Sr. Trump es el nuevo inquilino de 1600 Pennsylvania Ave y para los brokers de la City porteña, esa «mudanza» genera inquietud.

El descenso gradual pero profundo de las bolsas en el mundo por la menor perspectiva de crecimiento global y la suba de la tasa del Tesoro de Estados Unidos (producto de una fuerte venta de títulos en el mercado a partir de la desconfianza) generó una suba en los rendimientos de los bonos soberanos locales, es decir, un ajuste hacia abajo en el precio de esas emisiones.

Esto traería mayores costos de financiamiento para la Argentina, que en lo que va del año lleva emitidos bonos por más de u$s 40.000 millones y que según el presupuesto debatido en el Congreso, tiene planes para hacer lo propio el año próximo. El «adicional» de la tasa que deberá pagar la Argentina son dólares de endeudamiento que habrá que pagar en los próximos veinte años.

En el Gobierno piensan que hay que esperar y que no basta con diseñar un 2017 con subas marginales en las tasas que pagará la Argentina. Sostienen que con un nivel de endeudamiento bajo como el que tiene nuestro país, los cambios que se generen no presentan complicaciones.

En esta línea de optimismo oficialista, conviene incorporar otro factor. La llegada de Trump a la presidencia podría generar un efecto colateral que ayudaría a atenuar este escenario de tasas más altas. La Reserva Federal, principal órgano decisor de política económica, tiene un objetivo dual (apuntalar el empleo y mantener una inflación acotada) que ejerce con independencia. El plan de la Fed consiste en subir las tasas lentamente para no generar efectos adversos en la economía estadounidense.