Casa de cambio”.
Así se promocionan hoy los arbolitos de Florida. Como si se desempeñaran en el mercado formal, en una entidad regulada por el Banco Central.

El voceo dejó de ser “cambio” para pasar a ser “casa de cambio”. Así lo explica uno de ellos: “Es la excusa para capturar más turistas, que tienen miedo a la informalidad, a lo trucho. Si le decís casa de cambio parece algo más serio”.

El recurso parece que dio buen rédito, porque en la actualidad a todos los arbolitos se los escucha con el mismo latiguillo, al que ahora le agregan “pago más”.

En los 100 metros que se extienden por Florida, desde Mitre hasta Perón, este cronista contabilizó 50 arbolitos. O sea, uno cada dos metros. Cada uno tiene su lugar, su baldosa, mejor dicho, ya que los límites entre uno y otro son muy estrechos.

Algunos tienen su parada en la franja derecha, otros en la izquierda y otros en el medio de Florida. Algunos mirando hacia el lado de Corrientes y otros con la vista fija en los transeúntes que vienen desde Rivadavia.

Así es como está dividida la fauna de los arbolitos. Intente acercarse y preguntarle el precio a uno de ellos, y enseguida se le irán todos encima, al mejor estilo de un mercado persa.

“¿Querés comprar o vender dólares? ¿Cuánto querés? ¿Qué billetes tenés?”.
Estas son las tres preguntas claves que todo cambista callejero suele hacer, ya que, a mayor monto, mejor es la cotización, y los billetes grandes se pagan más que los chicos.

Los de u$s 20 o de denominaciones inferiores se pagan $ 0,10 menos, porque lleva un mayor tiempo de conteo y ocupan mucho más espacio.

En cada media cuadra de Florida casi todos los arbolitos pertenecen a la misma financiera. Es que cada cueva tiene prácticamente copada una cuadra de esa peatonal o de Lavalle con su gente. De esta manera, el cliente tiene la sensación de poder comparar precios, pero en realidad todos trabajan para el mismo prestamista.

Los sitios estratégicos de la peatonal ya están ocupados. Incluso, ahora se instalaron hasta donde para el bus turístico, en la esquina de Florida y Diagonal Norte, ya que ahí es un sitio ideal para captar a los extranjeros cuando están en la fila para subirse al ómnibus.

“¿Querés comprar u$s 1000? Lo hacemos ya mismo: hacé la fila frente al kiosco, que el dueño te deja pasar adentro, donde podes contar los billetes en una mesa con tranquilidad, sin que nadie te vea. Luego te damos nuestra tarjeta así ya tenés el teléfono. Esto el sábado explota: se llena de turistas haciendo fila”, revela una arbolita de unos cincuenta años, con look de ama de casa.
Al igual que ella, había varios arbolitos rodeando al puesto en cuestión, tanto a la derecha, a la izquierda, adelante y atrás, voceando.

Al caminar por Suipacha, se puede ver a un hombre sentado en un banquito en la puerta de una cafetería promocionando la venta de billetes, que se hace adentro del local, donde sólo hay una mesa con cuatro sillas y una barra. “Es que dejamos de hacer gastronomía, es sólo la fachada, ahora nos dedicamos al dólar, que rinde más. ¿Para qué vamos a poner más mesas?”, confiesa.

En el subsuelo de una galería de Florida hay una agencia de turismo, con una fila de gente esperando su turno. Ninguno quiere reservar ningún pasaje. Están todos para adquirir divisas.
En una florería de la peatonal hay alguien voceando, pero no grita “jazmines, rosas, claveles”, sino “dólares, euros, reales. Casa de cambio. Pago más”.

En Lavalle hay locales de venta de camperas de cuero que aprovechan los probadores de ropa para hacer ahí mismo las transacciones cambiarias, de modo de dar un cierto aire de intimidad, en lugar de hacerlo en el mostrador, delante de los demás clientes.

En Barrio Norte también se pueden apreciar este tipo de fachadas. En la avenida Santa Fe hay una de las tantas empresas de cobranzas de facturas, a la que se le sumó un negocio adicional, que es el principal en cuanto a rentabilidad: la compra venta de verdes billetes.

En Callao, un kiosco de golosinas que también vende artículos de librería encontró una nueva veta: al fondo de todo, tiene su lugar el cambista.

En las joyerías de la calle Libertad trabajan más comprando y vendiendo dólares que en el negocio de las alhajas propiamente dicho.

Hay inmobiliarias barriales que, para sobrevivir ante un parate en el sector del real estate, se dedican ahora al redituable negocio de los billetes. Hay algunas que, para hacerse de dólares, se tiran el lance y solicitan a los propietarios e inquilinos que la comisión inmobiliaria se realice en divisas.

Lo que hay que tener en cuenta es que, cuanto más alejada esté la supuesta cueva del microcentro de la City porteña, peor será la cotización: pagarán menos por los dólares y cobrarán más por obtenerlos. Por eso, como a la hora de hacer las compras en el supermercado, es clave hacerle caso al latiguillo de la legendaria Lita de Lázzari: “Camine señora, camine”.