Un repentino viraje en el discurso respecto del “blindaje” argentino ante los cambios en los flujos de capitales, el viaje relámpago a China, funcionarios desautorizados por el blue, el anuncio de más emisión, mano dura con los bancos. Abundan los indicios y todos apuntan en una misma dirección
La pregunta más clásica y duradera de la economía argentina -«¿hasta cuándo aguanta el dólar al precio actual?»- ha vuelto a ocupar el centro de la escena.
La formulan a diario desde las amas de casa, pasando por dueños de Pyme, encumbrados empresarios, periodistas, pequeños ahorristas y hasta grandes banqueros e inversores.
En este contexto, los analistas salieron «a la caza» de indicadores capaces de dar señales sobre cuándo puede sobrevenir una nueva devaluación.
Sin embargo, hay otros indicios que no vienen de análisis económicos, sino que pueden hallarse en los gestos -muchas veces involuntarios- de los propios funcionarios K.
A veces pronunciados de manera indirecta, otros en las entrelíneas de las declaraciones, lo cierto es que en los últimos días han aparecido sutiles signos de que el Gobierno está preocupado por la escasez de dólares y que no descarta una corrección brusca.
Empezando por el ministro Axel Kicillof. Al exponer en el Consejo de las Américas, un evento de gran convocatoria entre las empresas, expresó un argumento llamativo: insinuó que el contexto económico mundial puede traer presiones contra la moneda nacional.
El ministro prevé que se dará un nuevo «flight to quality».
Es decir, que la llegada de capitales en abundancia -que le han permitido a todos los países de América latina (bueno, a casi todos) tomar deuda a bajo costo y recibir fuertes inversiones privadas- corre serios riesgos de frenarse abruptamente.
«No lo digo yo, lo dicen el FMI y el G-20. Atravesamos momentos difíciles a nivel internacional y los países emergentes no están recibiendo el flujo de capitales que recibieron hasta la crisis de Lehman Brothers», señaló.
Un «culpable» a la vista
Lo curioso es que, hasta ahora, Kicillof siempre venía defendiendo la tesis de que la Argentina se encontraba blindada ante este tipo de cambios bruscos en los flujos de capitales, ya que había elegido la estrategia del desendeudamiento y no se había «tentado» con el ingreso masivo de fondos.
Sin embargo, ya no parece pensar igual. Con el irrefutable argumento de que «las encrucijadas de Argentina no están en un termo», advirtió que también ese efecto contagio podría llegar al país.
Varios analistas interpretan que Kicillof mandó una señal por demás potente: tal vez el Gobierno no pueda impedir una devaluación pero ya sabe a quién echarle la culpa.
«La economía mundial no arranca y las exportaciones argentinas se ven afectadas. Ante esa coyuntura no hay remedio. Cuando la demanda externa no ayuda, no hay política activa que se pueda aplicar», admitió.
La frase pasó algo inadvertida, en parte porque ese mismo día hubo un paro general, en parte por haber sido pronunciada en un ámbito de expertos.
Pero sus expresiones resultan bien elocuentes: admite que existe un límite al voluntarismo del modelo K, basado en fogonear el mercado interno.
Si el diagnóstico del ministro respecto del mercado global es correcto, entonces hace bien en preocuparse.
El antecedente más inmediato de un «flight to quality» masivo hacia el dólar ocurrió a fines de 2008 y comienzos de 2009.
En aquel momento, el Gobierno debió convalidar una devaluación de casi 30%, tras seis años de una «cuasi convertibilidad» de tres pesos por dólar.
Esto, a pesar de que el Banco Central ostentaba reservas por u$s46.000 millones, una cifra con la que hoy Juan Carlos Fábrega no se atreve a soñar ni en sus fantasías más alocadas.
Aquella devaluación había acompañado a la fuerte suba del dólar en los países vecinos, producto de la salida de capitales de la región, especialmente en Brasil.
Hoy, para quienes siguen de cerca las noticias de la nación vecina, hay motivos de sobra para inquietarse: con una economía oficialmente en recesión, la cotización de 2,24 reales por billete verde vuelve a sufrir presiones.
Misión: «dólares chinos»
Unos días antes, ya había ocurrido una prueba bien sintomática respecto de cómo los deseos de los funcionarios K pueden ser desmentidos cruelmente por la realidad.
Emanuel Alvarez Agis, número dos del ministro, había declarado por la mañana que el Gobierno no daría lugar a los pedidos de devaluación que hacían los industriales y pocas horas después… el Banco Central convalidaba el mayor deslizamiento en el tipo de cambio desde enero.
Fue una demostración elocuente sobre cómo el mercado puede «llevarse puesto» al discurso.
Tanto que, desde la prensa oficialista, empezaron a surgir voces de alerta que le pedían al Gobierno abandonar la estrategia de ignorar al dólar blue y, por el contrario, coordinar políticas para evitar una disparada de su cotización.
Lo que en definitiva está quedando en evidencia, es que el Ejecutivo vuelve a sufrir por las reservas del Banco Central.
Por cierto, la última vez que eso pasó, convalidó una devaluación que contradijo todos los discursos políticos previos.
«Algunas medidas recientes, como el aumento de la emisión, la baja en la tasa de interés y las señales de incertidumbre por la deuda complicaron el panorama. Así, Fábrega retira al Banco Central del mercado porque tiene que priorizar el cuidado de las reservas», argumentaba Aldo Pignanelli, ex titular del BCRA.
El propio Kicillof pareció darle la razón: por segunda vez en el año emprendió la larga travesía hacia Beijing, con el cometido principalísimo de asegurarse una ventanilla de emergencia para obtener dólares.
La situación ha dado lugar a «chicanas» políticas por parte de quienes perciben una señal de debilidad en este viaje. «Kicillof va hacia China a suplicar por el swap de un par de miles de palos para las reservas y sostener la utopía del relato», afirma el analista Jorge Asís.
Lo cierto es que, a pesar de que Cristina Kirchner haya elogiado este swap de u$s11.000 millones por considerarlo un blindaje contra ataques especulativos, todavía hay serias dudas en el mercado respecto de si efectivamente se dispondrán de «dólares chinos» ante una situación de urgencia financiera.
Se descree, antes que nada, sobre si el Banco Central de ese país podrá prestarle yuanes luego de que la propia agencia de riesgo crediticio de la nación asiática considerara que la Argentina cayó en default.
Peor todavía, los expertos financieros advierten que -incluso si el dinero estuviera disponible- ello no garantiza un freno al deterioro de la economía.
«Lo del swap es lo que se llama ‘maquillaje contable’. Por supuesto que es mucho mejor que esté a que no esté, pero no es de ninguna manera una solución para los problemas del país», observa Diana Mondino, docente de la Universidad del CEMA.
Y agrega: «Permitirá mantener un nivel de reservas como para sostener importaciones, pero no soluciona el déficit público».
Si en Estados Unidos funciona…
Hay más señales entrelíneas de los funcionarios K, como las conferencias matinales del jefe de Gabinete, Jorge Capitanich.
Fue particularmente llamativa su respuesta a los economistas que se alarman por el aumento del gasto estatal y su consecuente financiación con emisión monetaria.
Como Guillermo Nielsen, quien una vez conocido el dato fiscal de julio comentó: «Estamos con un gasto público absolutamente fuera de control. El último mes conocido hubo un aumento del 56% con respecto a julio del año pasado, una locura».
La respuesta de Capitanich ante estos argumentos fue reveladora: «El año pasado, Estados Unidos tuvo un incremento de tres veces su base monetaria, algunos países europeos de hasta cinco veces, y no se produjeron inconvenientes. En Argentina, en el primer semestre del año, el incremento fue tan solo del 18 por ciento».
El concepto no es una novedad dentro del Gobierno. Hace dos años, esta tesis había sido defendida por el propio Kicillof y también por Mercedes Marcó del Pont, quien se había quejado de que «solamente en Argentina se mantiene la idea de que la expansión en la cantidad de dinero genera inflación».
Ya en ese momento, esas afirmaciones habían traído duras críticas a ambos funcionarios por plantear, como situaciones similares, la expansión del devaluado peso argentino y la del dólar -moneda altamente demandada por ser considerada reserva de valor a nivel mundial- .
En todo caso, la frase de Capitanich, dicha en este momento, no hace más que alentar las peores sospechas de los analistas: que la escasez de billetes verdes convivirá con una sobreabundancia de pesos.
Diagnóstico: faltan dólares
Como observa el consultor Federico Muñoz, las medidas oficiales para reprimir la demanda de divisas estadounidenses tienen un alto costo: frenan la salida… pero también la entrada.
Al comparar el segundo trimestre de este año -el momento del gran ingreso por la exportación sojera- con lo ocurrido hace dos años, los números son bien elocuentes: la llegada total de dólares fue de sólo u$s103.000 millones, lo que implica una caída del 36%.
En tanto, un análisis de Diego Giacomini, economista jefe de Economía & Regiones, deja poco espacio para el optimismo: prevé que, si se pagasen todos los compromisos financieros hasta fin de año, las reservas bajarán hasta u$s13.300 millones.
Y que, para el año próximo, se necesitarán u$s17.000 millones adicionales -contando los pagos de deuda pública, privada y provincial-, justo en un momento en el cual, por la caída en el precio de la soja, entrarán u$s4.000 millones menos que este año.
Pero, si de buscar señales se trata, tal vez las más fuertes provengan de la propia Cristina Kirchner.
Apenas un año atrás, enojada por las malas noticias de los medios, la Presidenta intentó llevar tranquilidad por la vía de comparar los indicadores financieros de Argentina respecto de los de Australia y Canadá.
Planteaba, como prueba de estabilidad, que las reservas -en ese momento de u$s37.000 millones- representaban casi 8% del PBI, bien por encima de esas dos naciones modelo.
Hoy, en cambio, ese índice está en 5,7% y con tendencia a la baja.
Ahora Cristina plantea lo difícil que es pagar la cuenta de u$s14.000 millones para importar combustibles y ya no alardea sobre la solidez financiera del país.
La medida anunciada ayer por el Banco Central confirmó que el Gobierno está más que preocupado: la cantidad de dólares que se le permite conservar a los bancos privados sufrió un nuevo recorte: pasó de 30% a 20% del patrimonio.
Como diría la Presidenta, para que nadie «encanute» dólares.